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Café y Facturas

 

Desperté temprano esa mañana. Como los últimos días, había elegido dormir en el sofá del comedor. El departamento era chico. Dos dormitorios, un baño y la cocina-comedor. Mi hermano y yo dormíamos en uno de los dormitorios; mi mama, Ángela, en el otro. El frío era intenso. Lo sentía especialmente en los dedos que, sin la protección de las medias, se quejaban dolorosamente. Busqué, todavía somnoliento, los fósforos. Encontré algunos pero estaban húmedos, y también algo doblados. Finalmente conseguí prender el fuego. Con el fósforo ya casi consumido alcanzo a buscar los cigarrillos y encender uno de ellos. Son casi las siete,  el radio despertador se enciende automáticamente. Siempre me gusta escuchar las noticias de la mañana. Es entonces cuándo entra mi hermano. El rostro oculto entre los mechones oscuros, el paso cansino. Me saluda con un gesto, me pregunta que estoy preparando.

-Café. Le respondo.

Me tiende su taza. La miro. En grandes letras rojas se puede leer "Recuerdo de Mar del Plata", una gran mancha de grasa no impide ver el lobo marino que la acompaña. Si bien no es fea, siempre preferí la mía, la que dice "para el mejor Papá del mundo", y tiene un enorme corazón de color rojo.

            Todo pasa lentamente, el sol poco a poco se va moviendo hacia el oeste; en pocos minutos va a entrar por la ventana. Lo deseo, con la estufa eléctrica rota es un buen aliciente. Saco la pava y sirvo dos cafés. Cuando estoy por cerrar el fuego la pastosa voz de mi hermano suena otra vez:

- Dejála calentando, la vieja ya se está por levantar.

            Seguimos en silencio unos minutos más. De fondo, el reemplazo de música por palabras y su opuesto se suceden a intervalos regulares. Imprevistamente mi hermano se lleva las manos a la frente, sus ojos se cierran. No logro reconocer el gesto, cosa rara después de haber pasado tantos años juntos. Pasan así un par de minutos. De repente, me mira.

-¿Que te parece si Hoy visitamos a Freud?

Su voz suena cansina, como aún no repuesta del sueño. Claro, pienso, si nunca adquirió el habito de la higiene bucal, pobre.

-¿Para que?, le pregunto.

 El arquea las cejas y lleva los ojos para el costado, mientras que responde.

-Despúes te cuento, ¿Si?.

-Bueno, hagámoslo -mis palabras salen sin violencia, acompañadas de pelotitas blancas formadas por el humo del cigarrillo- pero ahora...  porque más tarde me voy para el lado de la casa del Delta.

Mi hermano evalúa la oferta, mira el reloj de la pared y duda. Finalmente se decide.

-Dale, vamos yendo.

Empezamos a caminar, cuándo llegamos a la puerta me doy cuenta de nuestro error, nuestro grave error. Rápidamente cubro los tres o cuatro pasos hasta los cajones de la cocina. Dudo un poco, pero finalmente elijo el más largo. Es un cuchillo brasilero, regalo de un tío que supo trabajar en Cascabel. Para cuándo alcanzo a mi hermano en el descanso de la puerta la silueta regordeta de mi madre se recorta sobre la entrada de la cocina.

-¿Se van, chicos?¿Adonde van? Quédense  a desayunar con Mami¡¡ ¿Sí?.

Viste un camisón largo de tela cara, de esos que se mandaba hacer cuándo la fábrica de zapatillas de papá vendía bien.

-Ya venimos, Mamá -digo mientras abro la puerta- vamos a comprar facturas.

 

 

2 da Parte: Caminando por Viena

 

Bajábamos despacio por la calle ancha y empedrada. Viena nos recibe con todo el frío del atardecer y con sus primeras luces nocturnas. La ciudad esta poco a poco echándose a dormir, luego de un día de pujante trabajo. Miro a hermano de costado durante varios segundos, tantos que finalmente empiezo a perder el equilibrio por no estar atento a las imperfecciones de los adoquines. Me doy cuenta que es lo que me llama la atención de su figura: tiene el cuchillo en su brazo derecho, enfundado en una bolsa plástica de supermercado. Extraño, no recuerdo habérselo dado, tampoco haber agarrado la bolsa. Que más da, pienso, ese tipo de cosas no es tan raro que pasen cuando salimos. Ensimismado en mis pensamientos casi me llevo por delante un par de judíos ortodoxos. Padre e hijo me dirigen una moleta mirada desde sus gafas redondeadas. Por supuesto, se las devuelvo. Desembocamos en un amplio boulevard de forma circular. Allí varias familias ricas de desplazan en carros tirados por hermosos caballos oscuros. La respiración de los agitados animales se condensa en el aire formando rítmicas nubes blancas. "Parecen caballos impulsados a vapor", pienso risueñamente. También caminan, por aquí y allá, personas humildes, algunos de ellos seguramente campesinos checos recién llegados a la moderna ciudad renacentista, capital del ImperioAustro-Húngaro.

            Camino a paso moderado, siguiendo a mi hermano. Para cuando llegamos al final del boulevard, punto delimitado por una linda estatua, empiezo a sentir el cansancio. Claro, pienso, si todavía no desayunamos.

-¿Para cuándo llegamos?, le pregunto a hermano, quien ya se encuentra unos dos metros enfrente.

Sin mediar palabra ni detención en su paso levanta su brazo en toda su extensión, señalando un par de luces solitarias que se divisan a lo lejos, asentadas sobre un sector bastante elevado de la ciudad.

 

 

3 ra Parte: A trabajar

 

            Por fin, después de mucho caminar, llegamos. La casa, tal vez debería llamarla mansión, es una respetable estructura de dos plantas con techo a dos aguas. Hermano se acerca a la puerta, un gran llamador de hierro forjado se encuentra en su centro. Antes de tocarlo siquiera, la puerta se abre. Puedo entrever una mujer delgada y de mediana altura que nos observa desde el pórtico entreabierto.

-El Doctor Freud no atiende más a nadie hoy. _Su voz sonaba firme y decidida.

Pasan los segundos, mi hermano continúa parado frente a la Mujer. Dada mi posición (formamos una fila india en la que la Mujer y mi hermano se enfrentan y yo al final de los tres) no puedo ver ninguno de ambos rostros.

            -Es imperioso que veamos al Doctor _sugiero con amabilidad.

            -Lo lamento, pero mi esposo y yo tenemos otros compromisos.

De repente, mi hermano extrae del bolsillo superior de su jean un papelito enrollado. Lo extiende, es un pequeño trozo de material blanco, y se lo entrega.

La mujer invierte tres o cuatro segundos en poner su vista sobre la nota. Finalmente, abre la puerta hasta ahora entornada.

            -Esta bien, pasen. Pero les pediría si pueden ser expeditivos, si?

Hermano ya no parece preocuparse por la Mujer, sus ojos giran curiosos por el largo corredor de madera por el que ingresamos a la mansión.

            -Si, no se preocupe. -respondo diplomáticamente.

            -Mi marido ocupa esta ala de la casa, pasen y siéntanse cómodos. - dice la Mujer mientras nos guía hacia otra puerta.

            La mujer se va. 

 

 

                               

                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                      Volver a Página principal